
La experiencia de los abuelos es un gran legado
Por Xóchitl Rodríguez
Atrás quedó la idea de que “es un privilegio” llegar a viejo. Actualmente, gracias a los avances de la medicina y la farmacología, la esperanza de vida de las personas en México es de 75.1 años en promedio y será, para el 2030, según el Consejo Nacional de Población (Conapo), de 76.7 años.
Este “alargamiento” de vida es una maravillosa oportunidad de convivencia para las distintas generaciones que suelen cohabitar en un hogar, con frecuencia hasta tres: abuelos, padres y nietos.
Además del conocimiento y la experiencia con que cuentan los adultos mayores, digno legado para las generaciones más jóvenes, pueden ser un soporte importante para el funcionamiento del hogar y la educación de los más pequeños. Simplemente basta con incluirlos a la dinámica familiar, conscientes de lo que significa ser viejo.

En términos generales el envejecimiento significa deterioro de las capacidades, pero se puede lograr una buena calidad de vida en esta etapa si se mantiene activo el cuerpo, el cerebro y se mantienen e incluso amplían las relaciones sociales.
Sin embargo, en estos tiempos de pandemia las personas adultas mayores son consideradas un grupo vulnerable frente a los contagios del virus SARS-CoV-2 y se ha puesto especial empeño en el aislamiento social de los mayores a 60 años de edad.

La pandemia del Covid-19 cambió nuestros hábitos y nos ha obligado a una nueva realidad. Para muchos es la oportunidad de renovarse y asumir mejores actitudes ante la vida, pero, ¿nuestra esperanza de una sociedad renovada en un mundo mejor incluye a las personas de la tercera edad, que antes de la contingencia ya luchaban por mantenerse activos en la modernidad?
Los adultos mayores son considerados uno de los grupos más vulnerables, no solo porque son más susceptibles a contraer la enfermedad, sino porque ya sufrían aislamiento social y la desprotección de los sistemas de seguridad. El Covid-19 ha contribuido a la marginación de hombres y mujeres de la tercera edad, lo que podría propiciar mayor número de enfermedades físicas y mentales, porque su tranquilidad puede ser perturbada por sentimientos de desafecto, inactividad, pérdida de seres queridos y hasta la carencia de diálogo.

Un anciano sano es capaz de realizar muchas tareas y es completamente útil para la sociedad; si tiene una vida emocionalmente estable puede, como cualquier persona, realizar sus actividades físicas e intelectuales con más calma y precisión. Estudios de especialistas han demostrado que las facultades mentales de los adultos mayores no se pierden, sino que se transforman y son capaces de realizar muchas tareas.
De hecho, aunque son más lentos que las personas jóvenes para realizar actividades intelectuales, las hacen con mayor perfección y se equivocan menos cuanto toman decisiones. Suplen la falta de rapidez con su experiencia y sabiduría, que, si nos lo proponemos, podría ser un legado maravilloso para las nuevas generaciones.

En estos tiempos de reflexión debemos repensar cuánto tienen que aportar nuestros abuelos al mundo activo; dejar de verlos como una carga o imponerles fecha de caducidad para sus acciones y sus relaciones. Recordemos que “más sabe el diablo por viejo que por diablo” y reflexionemos sobre la urgencia de devolverle al adulto mayor su dignidad; reconozcamos sus experiencias para bien de la familia y de la sociedad que se preocupa por los derechos humanos de sus miembros y a la que mucha falta le hace mayor cohesión social, lo que podríamos conseguir si retomamos los valores de antaño, como el amor y respeto por los mayores.
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